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Soy mi cielo, soy mi rio, soy yo aire, soy fragancia. Esta tarde se ha vuelto el aire como perfume azul de otro sueño

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martes, 3 de agosto de 2010

DE LA SERIE CARTAS A OTROS CIELOS :Una tarde de lluvia


Dedicado : a quienes hacen de la amistad un lazo y de la lealtad una ley.
"Cuando llueve comparto mi paraguas, si no tengo paraguas comparto la lluvia"

Se llamaban a ellas mismas las tres mosqueteras, por aquello de: "siempre juntas", y vaya a saber cual era invisible de ellas, pues como los tres mosqueteros, ellas eran cuatro. Las cuatro mujeres, aquella tarde, intercambiarían confidencias. Cada una se dejaría llevar por la nostalgia. Solo que ahora, aún no lo presentían.
Sentadas cómodamente en las butacas de la sala, sorbían un te de rosas.
Sobre la mesita: pastel de bajas calorías, azúcar dietética, rodajitas de limón. En fin, un té entre amigas que estaban a dieta.
Aquella tarde la anfitriona era Clara.

El liquido ambarino hacia vapor en los lentes de Marta, a ella no le causaba mucha gracia tener que usarlos, le había costado buen trabajo adaptarse. Ahora, era lo primero que buscaba al levantarse y lo ultimo que acariciaba antes de conciliar el sueño.

Un trueno anunció que pronto llovería a cantaros. Marta miró a sus compañeras a través de los lentes empañados, mientras las escuchaba reírse por cualquier tontería. Ella les hacía eco cada vez que reían. Pero en verdad sus pensamientos estaban lejos, Habían retrocedido en el tiempo. Recordaban otras tardes de lluvia.

Clara no paraba de ofrecer pastel y llenar los vasos de té, ofrecer leche o limón, y preguntar cuanto azúcar.
Luisa detuvo la amena charla:
- ¡ Dios míiiio que palo de aaagua!- Dijo Luisa mirando a sus amigas.
Y las cuatro comenzaron a reírse sin saber en verdad cual era la causa de la risa.
- Si- Dijo Marta - Llueve – lo dijo con tristeza, aunque acompañó la frase con una sonora carcajada. Las otras tres mujeres repitieron asintiendo.
_ Si. Llueve.- dijo una
- Es verdad llueve.- asintió la otra
- Ujum – dijo Luisa.
- ¿ Más té?- preguntó Clara
-No- respondieron las otras. Y todas rieron.
-Ya no puedo irme.- dijo Valeria – me toca esperar que escampe.-
- Cierto.- dijo Marta
- Humm.- farfulló Luisa llenándose la boca de pastel con pocas calorias.
La lluvia golpeaba los vidrios con fuerza.
Las mujeres se acomodaron en los sillones. Marta se sentó sobre la butaca entrecruzando las piernas, como había aprendido en sus clases de Yoga, lo hacía siempre cuando estaba con sus amigas, era un modo de estar con ellas sin apartase de su isla personal, hacia el circulo, anudaba sus tobillos, descansaba las manos en su regazo, y escuchaba, ella reconocía que era una forma de autismo programado. De ese modo podía estar y “marcharse” sin que nadie se percatara, pues siempre estaba allí aun sin estar. Pero esta vez la lluvia le hizo buscar a tiendas el cojín a su espalda. Acomodó el almohadón entre los brazos, lo apretó con fuerza, luego dejó caer su cabeza hacia atrás, apoyándose en el respaldo mullido del asiento de tela.
Valeria, por su parte, se sentó suavemente sobre la alfombra, parecía un sensual reptil de piel muy blanca, subió las piernas doblando las rodillas, las abrazó y apoyó de medio lado la cabeza sobre ellas, solo alcanzaba a mirar a Luisa que seguía llevándose pasteles a la boca. Y sintió que aquello la estaba molestando sin saber por qué.
Clara, miraba todo lo que había sobre la mesa, y comenzó a servirse té sin azúcar, un pequeño trozo de pastel, pero no lo tocó. Quedó allí, intacto, sobre la mesa.
Luisa de pronto pareció percatarse del silencio de sus amigas. De la mirada de Valeria y tragó. Solo entonces se dio cuenta que el silencio estaba alcanzando sonidos aún más agudos que sus risas.
La lluvia seguía golpeando con fuerza el cristal de la ventana.
Hey ¿ qué pasa? – dijo Luisa. - ¿qué pasa?- Repitió nuevamente
Pero sus amigas guardaron silencio.
Valeria se volteó a mirar a Marta, y vio como esta se secaba las lágrimas.
Las amigas miraban a Marta sin poder proferir palabra alguna. Estaban asombradas de ese improviso cambio de humor.
Pero no hay nada que se contagie tanto como los estados de ánimo. Y así, las mujeres, pasaron a ser solidarias con la lluvia y con Marta.
Luisa, atragantándose de pasteles preguntaba con la boca llena a Marta, mientras las lágrimas comenzaban a asomar. -“Será la el sentido de culpa por el pastel que estoy comiendo” pensó, mientras preguntaba:
- ¿Por qué lloran?- Esto lo decía mientras hacia pucheros con los labios regordetes impecablemente coloreados de rojo. Los limpió con la servilleta, donde la crema del pastel quedó grabada junto a la pintura de labios, pero aun así, el carmesí en sus labios quedó intacto, hoy día los cosméticos hacían milagros, parecen tatuarse sobre la piel, y Luisa se valía de cuanto milagro cosmético existía en el mercado.
Fue en aquel momento que comenzaron las confidencias. Fue Marta la que inició a contar, las otras también narraron lo suyo. Cada una tenía algo que agregar de su vida personal a la confidencia de la otra. Cada episodio de las nostalgias de Marta, alimentaban los recuerdos de Luisa, que interrumpía para narrar su historia, y la de ella era punto de partida para que Clara agregara lo suyo. Valeria no se quedó atrás, comenzó y todas callaron ante lo intenso de sus lágrimas y sus palabras.
Todo, duró el tiempo de la lluvia.
Luego, las cuatro mujeres secaron sus lagrimas, alisaron sus cabellos, recompusieron sus ropas.
Luisa pasó al baño a retocar su maquillaje.
Pensó, mientras se lavaba las manos que las arruguitas necesitaban ser inyectadas de nuevo.
Afuera sus amigas ya se estaban despidiendo, las alcanzó de prisa, saludó con un beso sonoro a cada una.
Luego, tres de ellas, en sus respectivos autos, emprendieron retorno a sus casas.
Mientras Clara, comenzaba a recoger las cosas en la suya,
Cada una, miraba el sol que se asomaba de nuevo, aunque la tierra olía a humedad todavía, y los charcos de la acera recordaban cuanto había llovido.
Cada una pensaba: “Que tarde tan intensa.”
Clara pensó: -Ya se fueron las tres Mosqueteras, y a mi me quedan los trastos.-
Y mientras llevaba los platos a la cocina se preguntó a si misma:
- ¿Por qué nos llamamos tres mosqueteras, si somos cuatro?-

Dedicatoria

A mi madre, luna plateada,que alumbra mi cielo cuando se oscurece.

este cielo

Este cielo
es solo un pedestal de luna
que cuando llueve
todo es poseído.

Como en un espejo claro
yo puedo andar este cielo invertido
con mi cara entre luz y espejo

En el punto horizontal del infinito,
donde tierra y espacio juegan con las pupilas,
y las retinas se impregnan de lejanía,
allí detuve mis pasos,
miré la distancia,
y vi
lo que otros me han dicho se llama
celeste.
Para escuchar y soñar
la noche
se detiene de espaldas.

Y en las horas cavernarias,
en un festín de estrellas
las sombras huelen a furor,
a río que suena,
a escarabajos,
a cazadores de miradas perdidas.

11-02-05