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Soy mi cielo, soy mi rio, soy yo aire, soy fragancia. Esta tarde se ha vuelto el aire como perfume azul de otro sueño

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martes, 23 de julio de 2013

EL COTEJO PANCHO Y EL ARETE DE ALICIA, LA DEL CABALLITO PATAS LARGAS

Este es el cuento del cotejo Pancho y de Alicia, la del caballito patas largas. Si alguien se aventura a leer esta historia, y piensa que es imaginación, es que no ha llegado a conocer a Alicia, la del caballito patas largas, que está casada con el Emilio, que no es el mío. Quien siga pensando que este cuento es pura fantasía, es que nunca ha conocido al cotejo Pancho, ni ha visto el caballito de Alicia, lo cual es comprensible, pues, uno de sus caballitos patas largas vive en mi sala, y, la lagartija Pancho, ha elegido como hogar el reloj de la pared de mi cocina. Aunque, leer esta narración puede llegar a hacer pensar que en algún momento un cotejo puede ser un príncipe, como la rana aquella, si alguien se atreve a besarlo… pero hasta ahora, nadie lo ha hecho, no por temor, sino que los cotejos, no aspiran a ser príncipes, aunque son mucho más simpáticos que los príncipes y las ranas (con el perdón de las ranas), y además un príncipe, nunca se llamaría Pancho, y a mi cotejo le encanta ese nombre. Y bueno, este cuento, es real, no es fantasía. Y es que Pancho, se ha apropiado del ancho ventanal del fregadero, y arropado por la cortina de encaje blanco, se pasea detrás del cortinero de punta a punta dos o tres veces al día, por ser el único sitio en que puede moverse inobservado. Aunque prefiere las noches, cuando todo está en calma, ya que es un cotejo tímido. ¡Si lo sé ! igual que todas las lagartijas caseras. Ama las casas y teme a la gente. Lo cual es comprensible, porque yo lo he asustado muchas veces, especialmente al principio. Pancho y yo nos conocemos desde hace tiempo, cuando él apenas medía unos dos centímetros de largo y medio de ancho, y tímidamente se asomaba del reloj de pared. En nuestros primeros encuentros, al verlo, me asustaba enormemente, y mis gritos lo aterraban. En el movimiento más rápido que he llegado a ver en mi vida, giraba sobre sí mismo y se refugiaba de nuevo detrás del reloj y su reconfortante tic tac. Poco a poco Pancho fue creciendo, y yo acostumbrándome a que el reloj sea su hogar. Él, a veces sigue asomándose para saber quién está en la cocina, y yo me quedo inmóvil, esperando que no se atemorice ante mi presencia y haga tranquilamente su cotidiano paseo. Convivimos en paz. Pancho, es muy gentil, y trata de cordializar, siempre deja para mí, sobre el borde de mi ventana, unos extraños regalitos todas las mañanas, yo los recojo con un trapito azul cuando él no me ve. El pobre no sabe que esas cosas que me deja, en el mundo de los humanos son excremento de lagartija. Aunque creo, conociendo en el tiempo a Pancho, que de enterarse, tampoco le importaría. A esta altura del cuento, y ya presentado a Pancho el cotejo, he dejado en el camino a Alicia, la del caballito patas largas, la que está casada con el Emilio que nos el mío. Y el lector, que pacientemente ha llegado hasta estas líneas, se preguntará por cual razón la nombré al principio de mi cuento. Pues tiene un motivo, y es que Alicia, que no es la del país de las maravillas, sino la del caballito patas largas, no voy a repetir que está casada con el Emilio que no es el mío….porque ya lo dije…. Pues vino a mi casa, en una reunión de amigas, y zàs, como ella es muy inquieta, perdió… un arete de cristal. Cuando la fiesta terminó….no es cómo piensan, Pancho no encontró el arete. Pues él no es un príncipe. Tampoco yo lo encontré. Fue Alicia la del caballito…..etc ,etc…, la que al otro día muy temprano, nos informó a todos los presentes, por watsapp ,( este no es un cuento de príncipes, los príncipes no son cotejos y no saben de watsapp), y nos dijo Alicia etc, etc… “ si habíamos visto su arete, ….su arete era de cristal,… lo había perdido entre mi casa y su casa, ….que lo estaba estrenando, ….que quería su arete, …que buscáramos su arete..” En vista de la desesperación de Alicia, me compadecí de su tristeza y le pedí enviara una foto del arete , pues yo no tenía idea de cómo era, le dije que si lo perdió en mi casa, pues lo encontraríamos seguramente, sin problemas, pues en ella estábamos en ese momento mi cotejo Pancho y yo que nos daríamos a la tarea de buscarlo. Así que le pedí una foto del arete para enseñársela al cotejo Pancho, ya que él no debe saber que cosa es, pues no tiene orejas, y yo, si lo encuentro se lo devuelvo, pues que haría con un arete, de orejas tengo dos. Como Pancho es tímido, coloqué la foto del arete de Alicia etc, etc, en mi ventanal de la cocina con el letrero de se busca, así si Pancho sale de paseo y lo lee, o lo ve, pues me diga donde está, para consuelo de Alicia. Solo que creo que por razones prácticas Alicia tendrá que besar al Cotejo Pancho, si quiere que nos cuente donde está su arete, pues yo, con el perdón de Pancho, no lo beso ni por una amiga tan querida como Alicia, la del caballito patas largas, la que está casada con Emilio que no es el mío. A menos que una de nuestras amigas sienta la necesidad de descubrir si Pancho es un príncipe, pero eso si Pancho el cotejo se deja, pues creo que tanto a él como a mí, los príncipes no nos agradan (con el perdón de las ranas). ¡Y bueno! Este cuento es real, no fantasía. Por Anna Fioravanti

lunes, 22 de julio de 2013

CARTAS A OTROS CIELOS . A Miriam

El sol desangraba láminas doradas sobre las piedras y latía entre las hojas asemejando mariposas suspendidas. Ella se dejó bañar por la calidez ambarina, se estuvo quieta, mirando alrededor, como buscando algo, y aletargada al calor de sus nostalgias dejó pasar instantes hasta escuchar el leve crujir de las frondas movidas por las espuelas del viento. Más tarde, pasó la mano por su cara sudorosa para luego inclinarse una y otra vez a recoger ramas. Desprendió las cortezas de algunos troncos, los metió en la bolsa de tela que traía al hombro, y siguiendo el sendero que los árboles le marcaban, recolectó trozos, cuantos entraban en su bolsa y los que pudieran guardar sus manos. Las maderas marcadas por los años, deformadas por la lluvia y el sol, dejaban aflorar delicadas formas apenas visibles. En el silencio crujía aquel insólito tesoro. Luego, cuando la tarde se fue poniendo pálida, y el camino bajo sus pies ya sombreaba la tierra desnuda, se devolvió sobre sus pasos de regreso a la casa. Atrás quedó la ciudad de los árboles, titilante de luz de luciérnagas, mientras el sol retiraba su oleaje de oro. Entró en la casa, y como hacía cada vez que atravesaba el umbral, recorrió con una mirada rápida la sala, buscando acallar con su presencia las cosas que allí habitaban. Vació sobre la mesa las ramas, las cortezas y las chamizas secas. Lentamente inició su cotidiana y meticulosa tarea de separar la corteza de los tallos, buscando en ellos el alma de los troncos desnudos ahora inertes entre sus dedos, receptáculos alguna vez de la savia que circuló en la rugosa epidermis de los leños y su médula. Primero las maderas claras, buscando los tonos más delicados, y, cuando las horas posmeridianas la sorprendieron aun en su tarea, los colores elegidos se fueron tornando espesos como un atardecer repleto de voces. Pasó así los días, recolectando, tallando, cortando, separando, hasta encontrar los códigos milenarios de aquellos leños, buscando vidas nuevas. Y entre sus manos, los diminutos trozos, las ásperas y grumosas cortezas, se hacían espejismo humano. Podía escuchar la voz del viento y el rumor de las fraguas subterráneas reprimidas por decenios en el silencio de las ramas. Por eso, una vez separadas, adhería las cortezas sobre soportes, y como en un hechizo, iba atrapando voces con su letra diminuta. Sortilegio que se hacían riachuelos de palabras que fluían del corazón del árbol. Escribía alrededor de las leñosas siluetas lo que le era murmurado. Luego, marcaba con el pincel líneas sutiles, para delimitar los cuerpos descubiertos entre las nervaduras del tronco. Dejaba en libertad los elementos de su cárcel terrena, hasta verlos aflorar de su breve materia y ocupar la quietud del soporte en blanco. Esas cortezas poseían para ella una fuerza inmensa y en un ritual purificador se dejaba inundar por la remota nostalgia y el aroma suave de la madera cortada. Esbozaba sobre la piel de los leños las siluetas en un acto de comunión con la naturaleza hasta hacerlos cuerpo, y de sus manos partía la vida y la historia de aquellos seres. No sabía en realidad quienes eran, ni por qué habían decidido transmutarse entre sus manos. Pero sus voces le hablaban de serenidad y tormenta, de eros y salvación, de perfección y defectos, de angustias y vida, de soledad y de olvidos, alegrías y tristezas, de amor y odios, de calma y espera. Y mientras tanto, volvía a cortar, rasgar, herir y sanar la piel del árbol y al hacer y deshacer, observaba, hasta encontrar entre sus manos las almas ancestrales que poblaban aquellas cortezas, devolviéndole su linfa vital y escuchar de nuevo sus latidos. Y una vez liberados, al verlos inermes, desnudos y frágiles, en un acto casi chamanico aferraba en su consciencia las voces olvidadas. Dio así, poco a poco, forma a los habitantes milenarios de los árboles, y al colocarlos cada uno en cajas de madera con tapas de cristal, como mariposas prisioneras, quedaron nuevamente detenidos en el tiempo, y al separar sus cuerpos del árbol, capturadas sus almas y sus voces, fueron transmutados en habitantes de una nueva urbe. Por Anna Fioravanti

Dedicatoria

A mi madre, luna plateada,que alumbra mi cielo cuando se oscurece.

este cielo

Este cielo
es solo un pedestal de luna
que cuando llueve
todo es poseído.

Como en un espejo claro
yo puedo andar este cielo invertido
con mi cara entre luz y espejo

En el punto horizontal del infinito,
donde tierra y espacio juegan con las pupilas,
y las retinas se impregnan de lejanía,
allí detuve mis pasos,
miré la distancia,
y vi
lo que otros me han dicho se llama
celeste.
Para escuchar y soñar
la noche
se detiene de espaldas.

Y en las horas cavernarias,
en un festín de estrellas
las sombras huelen a furor,
a río que suena,
a escarabajos,
a cazadores de miradas perdidas.

11-02-05