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Soy mi cielo, soy mi rio, soy yo aire, soy fragancia. Esta tarde se ha vuelto el aire como perfume azul de otro sueño

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sábado, 16 de mayo de 2015

HASTA DISOLVERNOS EN LA LUZ DEL TRÓPICO

HASTA DISOLVERNOS EN LA LUZ DEL TRÓPICO Por: Anna Fioravanti Valencia 01/07/14 El mundo de Armando Reveròn te penetra y socava, te muestra la soledad del hombre y te espantas porque esa soledad te entra en la piel y te toca los huesos, y no puedes menos que llorar de emoción con Armando, no por él, porque la libertad del hombre que elige la soledad para encontrarse, no es motivo de llanto. Si alguien me habla de Reveròn, la primera imagen que viene a mi mente es la del artista que buscaba la luz como una obsesión, que vivía en el Castillete, allá en Macuto, donde hoy solo algunas piedras de los destruidos muros nos recuerdan que ese era para él, el lugar, en el que la luz del trópico tiene matices de perfección y se expande y adelgaza con la brisa salobre que acaricia el paisaje del Caribe. Lo imagino aun allí, flotando al viento su larga barba como la vela de un barco transparente. Alimentándose de visiones que hacían que lo llamaran el loco. Todo lo que escuché sobre Armando, lo que leí sobre él, lo que pude conocer a través de las imágenes, o de aquellos vídeos en blanco y negro, vistos una y otra vez, que me mostraban su ciudadela hecha de espacios esenciales, que Juanita recorría silenciosa, revivieron en mi memoria, al ver, una mañana, en el museo que visitaba, sus obras sobre los muros. Las flores de papel reposaban en el pedestal, como reinas solas. Y también estaba él, que me miraba desde un retrato, y atrás, los fantasmas de sus muñecas, y aquí y allá sus majas. Para encontrarse con Armando no hay que viajar en el tiempo, basta atravesar el umbral de sus obras, espejearse en ellas es como escuchar el mar, uno oye a lo lejos el silbido de las olas y transportado en el remolino de una resaca, se embriaga de su locura, se mece en las sensaciones de una pincelada, y cuando crees haber encontrado una playa de arena blanca, te acomodas bajo el uvero, pero acto seguido chocas con las rocas del desasosiego y te enredas en el aire, y, te dejas transportar, para mirarlo todo desde el cielo, hasta disolverte en la luz, aquella que Armando buscaba con desesperación para transmutarla en: muro, arena, playa, río, uvero, musa, mujer, Juanita. Y sigo el camino por aquellas salas y pasillos al encuentro de Armando. Arriba, al final del camino, esta Serafina. Ahora, a unos pasos de mí, sobre el pedestal. Asemeja una esfinge de ojos inertes. La pienso sin memoria, y me acerco a ella con mansa admiración. La se inmortal, pero frágil, el eco de una historia que me antecedió y no me pertenece y reflejo de aquello que no es visible y que deberá repetir para otros por la eternidad. Busco en piel de trapo los olores que me faltaban, y me acerco sigilosa, despacio, uno con osadía entremezclada de temor mi rostro al suyo, y llamo a su oído, dos veces, en un susurro: - Armando, Armando- . Serafina, arropada de aromas antiguos, me mira, y quedó atrapada en su vítrea mirada que me transporta a un tiempo en el que bailaba suspendida por los brazos dorados de sol de un soñador, al compás del trinar de los pájaros y las melodías cantadas por el viento bajo los cocoteros. Sus labios pintados de carmesí están entreabiertos, como destinados a alimentar recuerdos, a callar pesadillas. ¿Será cierto que respira? ¿Qué su aliento huele a mar? ¡O lo imagino! Me cuesta apartarme, sé que solo debo dejar que su silencio me arrope, y viajar por sus pupilas para transitar la inmensidad de los blancos y sepias de sus recuerdos de algodón y volar con los tonos azules de sus visiones. Pero aún no ha finalizado el ensueño. La brisa que corre por las ramas de la pequeña plaza frente al museo me habla con la voz de Armando, y lo escucho decirme: Ya ese blanco tendido sobre el lienzo / es pintura, tú y yo somos lienzo. Tú, la cosa pintada. Yo también. Camino de regreso, pero creo que vuelo, dejando a mis espaldas huellas invisibles, afuera sopla el viento, la oscuridad me ciega. ¡Dejé tanta luz adentro!

Dedicatoria

A mi madre, luna plateada,que alumbra mi cielo cuando se oscurece.

este cielo

Este cielo
es solo un pedestal de luna
que cuando llueve
todo es poseído.

Como en un espejo claro
yo puedo andar este cielo invertido
con mi cara entre luz y espejo

En el punto horizontal del infinito,
donde tierra y espacio juegan con las pupilas,
y las retinas se impregnan de lejanía,
allí detuve mis pasos,
miré la distancia,
y vi
lo que otros me han dicho se llama
celeste.
Para escuchar y soñar
la noche
se detiene de espaldas.

Y en las horas cavernarias,
en un festín de estrellas
las sombras huelen a furor,
a río que suena,
a escarabajos,
a cazadores de miradas perdidas.

11-02-05