
A Guillermo
Fue hace mucho tiempo, en una feria del libro, de esas maravillosas ferias donde puedes caminar entre estantes atiborrados de textos, y quisieras quedarte anclado en cada uno de esos stands, o poseer un tesoro inagotable en tus bolsillos para adquirir la mayor parte. Y entonces piensas, para justificar el sueño irrealizable, que no te alcanzará la vida para leerlos, y los compras igual, todos cuantos te alcance el bolsillo, con la esperanza de que la vida te alcance. Decía, una vez, en una feria del libro, me fueron obsequiados para mi asombro y placer, unas maravillosas revistas, de calidad óptima, tanto en contenido como en su material de elaboración. Al preguntar el precio de las revistas, me dijeron que tomara todas las que quisiera, abrí la boca asombrada, creo que si las tuviera, el amable vendedor hubiera visto mis amígdalas, y luego de casi gritarle jubilosa: “gracias”, ni corta ni perezosa coloqué en mi bolsa ya repleta, cuanta revista podía meter en ella. No me detuvo ni el peso de la carga que ya era mucho, ni el pensar que se romperían las bolsas. Al contrario, tuve el descaro de pedir si me podía obsequiar una.
Los que amamos leer sabemos lo que significa el placer de comprar un libro que nos interese, de mi parte, soy una entusiasta compradora de textos que son afines a mis búsquedas, y que llegan a ocupar un espacio en mi biblioteca personal, donde cada vez que un nuevo libro se suma a su universo, me hace pensar en Borges y su Biblioteca de Babel, cuando contemplo extasiada y feliz: “el universo que otros llaman la Biblioteca”.
En ese entrañable y amado universo, que es mi refugio preferido, donde los libros caminan y se mueven como si tuvieran vida propia, pues nunca los encuentro donde creo deberían estar, y a veces parten sin retorno, los libros se hacen cadena de ideas, donde las palabras, o las frases me conducen a otros textos y mi escritorio se transmuta en colinas al alcance de mis manos. En ese mágico universo que me pertenece, busqué una de esas revistas, la abrí, y encontré un poema, y me vino a la mente tu partitura de aves, tu fotografía hecha de golondrinas y garzas, sobre los cables de luz, para sugerirnos una melodía hecha de sonidos personales, aquellos que nos habitan la memoria y se quedan para nutrirnos o desnutrirnos el alma.
Quiero copiarte el poema y darte una imagen, esa imagen que acompaña esta carta que te escribo la tomó E. quien no sabe sacar fotografías, pues no es fotógrafo, pero sabe capturar con su sensibilidad, momentos mágicos.
Para ti, amigo, el poema de Eugenio Montejo: Pájaros sin pájaros, fechado 2005 y publicado en esa maravillosa revista:
Pájaros sin pájaros
No, por supuesto, pájaros novicios
de canto incierto desigual o falso.
Otros sonidos y otras alas.
Hablo de todo Schubert entre vuelos errantes,
del rapto oído en un gorjeo
que suba a más
octava por octava.
Hablo de pájaros sin yo, sin ningún pico,
celestes y sin patas,
pájaros que sean tan solo música
el ascenso más alto de los aires.
No por supuesto, pájaros tenores,
gordos falsarios de pesadas plumas,
sino flechas que se desprenden de alguna partitura
o al cielo suban o más allá sin pausa,
arrebatando el corazón de quien escuche
y agradecido calle….
Deben creerme. Hablo de sones puros,
de pájaros sin pájaros.
Poema:Eugenio Montejo, 6 Poemas inéditos.
Anna Fioravanti 2010.