presentaciòn

Soy mi cielo, soy mi rio, soy yo aire, soy fragancia. Esta tarde se ha vuelto el aire como perfume azul de otro sueño

Seguidores

lunes, 22 de julio de 2013

CARTAS A OTROS CIELOS . A Miriam

El sol desangraba láminas doradas sobre las piedras y latía entre las hojas asemejando mariposas suspendidas. Ella se dejó bañar por la calidez ambarina, se estuvo quieta, mirando alrededor, como buscando algo, y aletargada al calor de sus nostalgias dejó pasar instantes hasta escuchar el leve crujir de las frondas movidas por las espuelas del viento. Más tarde, pasó la mano por su cara sudorosa para luego inclinarse una y otra vez a recoger ramas. Desprendió las cortezas de algunos troncos, los metió en la bolsa de tela que traía al hombro, y siguiendo el sendero que los árboles le marcaban, recolectó trozos, cuantos entraban en su bolsa y los que pudieran guardar sus manos. Las maderas marcadas por los años, deformadas por la lluvia y el sol, dejaban aflorar delicadas formas apenas visibles. En el silencio crujía aquel insólito tesoro. Luego, cuando la tarde se fue poniendo pálida, y el camino bajo sus pies ya sombreaba la tierra desnuda, se devolvió sobre sus pasos de regreso a la casa. Atrás quedó la ciudad de los árboles, titilante de luz de luciérnagas, mientras el sol retiraba su oleaje de oro. Entró en la casa, y como hacía cada vez que atravesaba el umbral, recorrió con una mirada rápida la sala, buscando acallar con su presencia las cosas que allí habitaban. Vació sobre la mesa las ramas, las cortezas y las chamizas secas. Lentamente inició su cotidiana y meticulosa tarea de separar la corteza de los tallos, buscando en ellos el alma de los troncos desnudos ahora inertes entre sus dedos, receptáculos alguna vez de la savia que circuló en la rugosa epidermis de los leños y su médula. Primero las maderas claras, buscando los tonos más delicados, y, cuando las horas posmeridianas la sorprendieron aun en su tarea, los colores elegidos se fueron tornando espesos como un atardecer repleto de voces. Pasó así los días, recolectando, tallando, cortando, separando, hasta encontrar los códigos milenarios de aquellos leños, buscando vidas nuevas. Y entre sus manos, los diminutos trozos, las ásperas y grumosas cortezas, se hacían espejismo humano. Podía escuchar la voz del viento y el rumor de las fraguas subterráneas reprimidas por decenios en el silencio de las ramas. Por eso, una vez separadas, adhería las cortezas sobre soportes, y como en un hechizo, iba atrapando voces con su letra diminuta. Sortilegio que se hacían riachuelos de palabras que fluían del corazón del árbol. Escribía alrededor de las leñosas siluetas lo que le era murmurado. Luego, marcaba con el pincel líneas sutiles, para delimitar los cuerpos descubiertos entre las nervaduras del tronco. Dejaba en libertad los elementos de su cárcel terrena, hasta verlos aflorar de su breve materia y ocupar la quietud del soporte en blanco. Esas cortezas poseían para ella una fuerza inmensa y en un ritual purificador se dejaba inundar por la remota nostalgia y el aroma suave de la madera cortada. Esbozaba sobre la piel de los leños las siluetas en un acto de comunión con la naturaleza hasta hacerlos cuerpo, y de sus manos partía la vida y la historia de aquellos seres. No sabía en realidad quienes eran, ni por qué habían decidido transmutarse entre sus manos. Pero sus voces le hablaban de serenidad y tormenta, de eros y salvación, de perfección y defectos, de angustias y vida, de soledad y de olvidos, alegrías y tristezas, de amor y odios, de calma y espera. Y mientras tanto, volvía a cortar, rasgar, herir y sanar la piel del árbol y al hacer y deshacer, observaba, hasta encontrar entre sus manos las almas ancestrales que poblaban aquellas cortezas, devolviéndole su linfa vital y escuchar de nuevo sus latidos. Y una vez liberados, al verlos inermes, desnudos y frágiles, en un acto casi chamanico aferraba en su consciencia las voces olvidadas. Dio así, poco a poco, forma a los habitantes milenarios de los árboles, y al colocarlos cada uno en cajas de madera con tapas de cristal, como mariposas prisioneras, quedaron nuevamente detenidos en el tiempo, y al separar sus cuerpos del árbol, capturadas sus almas y sus voces, fueron transmutados en habitantes de una nueva urbe. Por Anna Fioravanti

Dedicatoria

A mi madre, luna plateada,que alumbra mi cielo cuando se oscurece.

este cielo

Este cielo
es solo un pedestal de luna
que cuando llueve
todo es poseído.

Como en un espejo claro
yo puedo andar este cielo invertido
con mi cara entre luz y espejo

En el punto horizontal del infinito,
donde tierra y espacio juegan con las pupilas,
y las retinas se impregnan de lejanía,
allí detuve mis pasos,
miré la distancia,
y vi
lo que otros me han dicho se llama
celeste.
Para escuchar y soñar
la noche
se detiene de espaldas.

Y en las horas cavernarias,
en un festín de estrellas
las sombras huelen a furor,
a río que suena,
a escarabajos,
a cazadores de miradas perdidas.

11-02-05